La situación y perspectivas institucionales tras las elecciones autonómicas y generales, por decisión de los aragoneses y de los españoles, están generando una tormenta, abundante y ruidosa, de reacciones. Todos podemos observar que la mayoría de esas valoraciones y posicionamientos responden a intereses de alguna de las partes opuestas.
Nadie -muy pocos- está analizando y tomando la postura que corresponde al mandato de las urnas, de las personas: por un lado, la orden tajante de “pónganse de acuerdo”, negocien, fijen un programa, hagan un gobierno compartido que incluya a cuanta mayor representación de la sociedad sea posible; por otro, tomen esas decisiones para aportar y crear confianza, expectativas firmes, normalidad, gestión para solucionar los problemas.
Todo ello sitúa en su justa medida el enorme valor del diálogo y entendimiento para la estabilidad, como factor decisivo de pluralidad y eficacia.
Aragón es un caso único: jamás ha habido aquí mayorías absolutas y tampoco ahora. Sin embargo, excepto aquella desgraciada moción de censura con tránsfuga contra el PAR, hemos tenido gobiernos autonómicos de legislatura, pacto y, con aciertos y errores, trabajo por esta tierra y los aragoneses.
Quizá hoy, más que nunca, los ciudadanos pueden darse cuenta del valor de un partido como el Partido Aragonés, una fuerza política y social que hace gobierno, que crea estabilidad, que llega a acuerdos sin exabruptos, sin espectáculos, con luz y taquígrafos, y que beneficia a todos aragoneses con ejecutivos públicos moderados y de amplia base.
Hoy, en esta coyuntura política y económica, en mayor grado que muchas otras veces en nuestra Historia, se apunta a esa necesidad de gobiernos sensatos e incluyentes, fiables, útiles, de entendimiento.
De nuevo, el papel del Partido Aragonés es fundamental. Asumimos esa responsabilidad y esperamos ejercer esa función como pieza clave de moderación, centro, prioridad por Aragón y de un gobierno para todos los aragoneses y no sólo de unos pocos.