Si tiene una persona al lado mientras está leyendo este artículo, pregúntele ahora mismo si sabe de qué va la novela El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde firmada por Robert Louis Stevenson. Aunque no la haya leído, estoy segura de que le responderá que ha visto alguna de las adaptaciones al cine o al teatro, o incluso puede que tenga alguna referencia del que fue un exitoso musical. Todos sabemos que Stevenson habló en esa obra maestra de la literatura del siglo XIX sobre las dos o más identidades que puede tener una persona, el famoso trastorno disociativo de la identidad. En resumen: que uno puede comportarse de una manera ante los demás, pero luego tener una cara oscura. Que podemos ser un ángel y diez minutos después, normalmente cuando no nos pueden ver, ser el mismo demonio.
Supongo que a estas alturas ya imaginará que hoy quiero hablar del ‘extraño caso’ de un político que ha tenido durante años esas dos personalidades. De un político al que se le llenó la boca de buenas palabras, supuestas intenciones y propósitos en torno al respeto a las mujeres y que ahora ha tenido que dejar su escaño en el Congreso acusado de emplear contra esas mujeres una violencia, verbal y no verbal, inaceptables, con el único propósito de satisfacer sus instintos más bajos y primarios. Produce tristeza comprobar que ese político en realidad no era nada de lo que parecía.
Podríamos hablar de las hemerotecas traicioneras, de la excesiva exposición a las que nos someten la redes sociales, sobre todo si eres una «persona pública», pero también podríamos hablar de los dobles raseros para medir las propias acciones o las ajenas, o de quienes predican sin dar trigo. Este es un clarísimo ejemplo.
Pero sinceramente, a la vista de las informaciones que todos los días leemos u oímos en torno a este caso, creo que hoy toca hablar de quienes han perdido el norte o tal vez nunca lo tuvieron. De quienes se esconden tras excusas retóricas y crípticas para justificar sus actos, actos por otra parte que se convierten en instintivos y animales.
La podredumbre moral e intelectual de una persona que es capaz de golpear, humillar o acosar a una mujer, se multiplica por diez en el caso de que a esa persona la hayamos visto incontables veces defendiendo públicamente todo lo contrario de lo que hacía cuando se apagaban las cámaras de televisión o los micrófonos.
Y es por eso que en este caso la indignación popular es imparable. Si defendemos que debemos atender a los inmigrantes que entran en el país buscando una vida digna, no podemos tener en nuestra casa a una empleada sin papeles en régimen de «semi esclavitud»; si defendemos los derechos laborales de un colectivo, no podemos incumplirnos en nuestra propia empresa. Y si creemos en el «solo sí es sí» no podemos aplicar el «solo sí es si, salvo cuando a mí me apetezca».
Hemos visto en los últimos días a un político convertido en juguete roto que se esconde en largos comunicados, sin dar la cara, poniendo excusas incompresibles para casi todo el mundo. Hemos leído informaciones que barajan «atenuantes» como las drogas que alteran el comportamiento o pervierten la percepción de la realidad para intentar entender por qué ese político ha hecho lo que ha hecho. Y yo me he acordado de aquello que canta Joaquín Sabina, «pagando las cuentas de gente sin alma que pierde la calma con la cocaína» y he pensado en quién va a pagar estas cuentas…
A estas alturas de la película debemos elegir entre ser el Dr. Jekyll o Mr. Hyde y con todas la consecuencias.