Hay cuestiones fuera de toda duda y que no admiten mucha discusión, por ejemplo que la familia es el sistema esencial en el que nos desarrollamos como personas, y que esta tiene un papel trascendente desde el punto de vista educativo y socializador, pero también como elemento sustentador o prestador de servicios.
También es obvio que los modelos familiares en el Aragón actual son tan variados y diversos como lo es la sociedad aragonesa.
Y además, casi seguro que todos coincidimos también en que a los padres y madres nos preocupa profundamente que «los chicos» estén bien (y entiéndanme, cuando digo «los chicos», quiero decir nuestros hijos e hijas).
Ese «estar bien» resume y engloba todos los aspectos de la vida de nuestros hijos e hijas o nietos y nietas: la salud, los estudios, el ocio, la actitud ante la vida o las relaciones en el seno familiar; y aunque esa preocupación durará toda la vida de los que somos padres o madres, es más intensa cuando los descendientes son niños o adolescentes y aún dependen de nosotros.
En la sociedad actual, plural y en constante cambio y evolución, las relaciones entre padres e hijos resultan complejas de definir, pero la familia es y debe seguir siendo la garante de los derechos de sus miembros y piedra angular de la convivencia democrática. Por tanto la familia, las familias, precisan ser entendidas como un bien público que, como tal, requiere del apoyo de toda la sociedad y por supuesto de las instituciones y administraciones.
Por otra parte, el Código del Derecho Foral de Aragón dedica el Título II del Libro I a regular las relaciones entre ascendientes y descendientes. El núcleo central de esta regulación es el deber de crianza y educación de los hijos, correspondiendo a los padres la autoridad familiar como instrumento necesario para cumplir de forma adecuada este deber de crianza y educación.
Pero la tarea de ser padres y madres y las relaciones entre los miembros de la familia, no se ejerce en un vacío, ni depende exclusivamente de las características de los progenitores ni de los hijos; las familias no son ajenas al contexto psicosocial o económico donde vive, ni a la evolución de sus miembros que, por supuesto, hace que cambien sus necesidades y también sus capacidades o habilidades para ejercer el papel que les corresponde.
Criar y educar a los hijos es una labor a jornada completa, en la que debe primar el interés de los menores y que debe estar basada en el afecto, la comunicación, el apoyo y el acompañamiento, que procuren el bienestar de la familia y permitan el crecimiento de los hijos como personas y su transición hacia la edad adulta; camino este en el que irán entendiendo que los derechos siempre van acompañados de deberes y de ciertas responsabilidades, o dicho de otro modo, que la vida no solo se trata de pedir sino también de aportar.
No me negarán que ejercer de padres o madres, es complicado, pero lo es mucho más aun si el lugar en el que resides o las condiciones de vida entrañan más dificultades: no es lo mismo vivir en la ciudad o en el pueblo, no es lo mismo tener dos sueldos que uno, o que ninguno, no es lo mismo tener dependientes a cargo que no tenerlos, no es lo mismo trabajar en horario partido que poder teletrabajar, no es lo mismo contar con una guardería cerca que no, o muchas otras cosas… Del mismo modo tenemos que entender que cuando vienen mal dadas, ya sea para los progenitores o para los descendientes, es cuando las familias necesitan más ayuda.
Creo que siempre, pero con los tiempos que corren quizás hoy más que nunca, las familias aragonesas deben disponer de la orientación, la información, la formación y los recursos necesarios para poder avanzar, construir y mantener un espacio para la convivencia y bienestar de todos sus miembros, así como para poder llevar a cabo y desarrolla su proyecto vital.